martes, 7 de agosto de 2007

relecturas



Volví a leer “La dalia negra” de Ellroy. Me la devoré en tres días. No ha envejecido nada. Está ahí la misma sensación térmica de un horror frío (que sólo ciertas ciudades pueden proyectar) que sentí hace casi quince años, cuando me enfrenté con esa historia de crímenes la primera vez, en una impresentable edición pocket con cubierta metalizada que se me destruyó con los años. La terminé ayer en la mañana. En la noche, vi la segunda mitad de “La ley de la calle”. Misma sensación. Me llamó la atención el humo que siempre circula entre los personajes y que vuelve todo una tragedia insoportable. También recordé la banda sonora. Siempre he odiado a The Police, pero el trabajo de Copeland en la cinta es inquietante: acordes que no llegan a desarrollarse, reggaes etéreos, frases sueltas que suenan a canciones perdidas. Pero me llamó la atención otra cosa: la idea de que en la cinta de Coppola (con en la novela de Hinton) Rusty James se la pasa extrañando un tiempo irrecuperable: la sensación de que la cinta es sobre la resaca de la violencia, el día después de la destrucción de toda épica para su conversión en un melodrama sobre almas perdidas en el Purgatorio esperando –como el Chico de la Moto- acceder a algo parecido al cielo.